La oscuridad actual, afrodisíaco de mi ser.
Alimentarme vulgarmente de promiscuas penumbras, el pan de cada crepúsculo.
Saciar la necesidad e incrementar el vacío, la razón.
Sólo hay un elemento fundamental, un lugar, dos cuerpos, tres presencias, y un
enigma. Es el mejunje de olvidos y
figuras abstractas que ingerí.
Fui infiel, caí en mi propio abismo. Las polillas revolotean, sus alas de acero
cortante producen un eco metálico que distorsiona la carne. Me devoran poco a
poco, disfrutándome, deshilachándome, mientras caigo en cámara lenta. Era una
pelusa en el bolsillo de un anciano, albina, a la deriva del saquillo, en
vuelta entre los brazos de la pequeñez y de la enormidad.
Era una persona, alguien que nunca
logró ser alguien. En fin, una persona,
un trotamundos para ser más específico, para rellenar podría decirse que un
aficionado al sabor de la tinta.
Vagabundeando sin buscar nada encontré, en una mañana de invierno, lo impensado. Fulgor
del astro rey, su calor, mezclado con la elegancia de los colores fríos, formó
un absoluto en mi vida.
Mi ley: no engañar a la Aurora. Lo decreté
cuando me voló los globos oculares de un tirón lleno de gracia. En esa ceguera,
en ese staccato al
corazón, pude experimentar algo más allá de lo real. Cuando sus pupilas, llenas
de azuladas no me olvides, se pegaban
en mis pupilas, llenas de apasionadas jamás
te olvidaría, exploté en pétalos metafóricos. Me amaron y amé, es decir,
fui alguien feliz.
Antes de
perder los ojos, mi única brújula era un insignificante pero valeroso lápiz, y
mi musa una hoja de cualquier cosa, mientras se pueda escribir sobre ella, soy capaz de traerle al mundo lo que siempre
soñó, y lo contrario a sus anhelos, aunque sea de una manera abstracta. Dentro
de la mina del lápiz está el cosmos universal. La gente común no puede apreciar
lo que sucede cuando la punta se desgrana. Se desprenden meteoritos plateados,
amorfos; un pequeño y frágil Universo que al complementarse con la hoja se
torna de lo más poderoso.
Amaba traer al mundo pequeñas réplicas
de mi esencia, amaba, amo, amé. Escribir sin rumbo alguno, un destino que pocos
pueden regir. Amar tanto las letras recién nacidas, y que ellas no puedan darte
una mínima fracción de amor. No aman, sólo dejan ser amadas. Nada mutuo, obsesión
y egoísmo.
Esa luz avara fue reemplazada por una natural Aurora. Me sacó de mí, me entregó
su ser que aún me cuesta definir, pero es más llenador que parir cometas
literarios.
Aurora, rompía los esquemas de mi realidad, acariciaba mis cansados dedos hasta
convertirlos en plumas de flamenco, bloqueaba mi pantalla con su resplandor y mis ganas de
ser de la forma más maravillosa posible. Me enceguecía, me enamoraba.
El velador se prende y se apaga, hay un alma en exilio.
Fui infiel… Aurora, es la responsable, Tinieblas. Insisto, ella me incitó. Su belleza
opacaba la vida. Mis ojos no eran capaces de ver el mundo, la lupa se rompía
todas las mañanas en donde ella hacia su aparición. Los detalles minúsculos, y
las imágenes omnipotentes del orbe se redujeron a una Aurora. A donde quiera
que mis pies pisasen, siempre estaba amaneciendo, y la vista siempre era un
soberbio punto cálido con listones violetas, celestes, añiles, y azules
escoltándolo. Su brillo en mis cataratas, su calor en mi cuerpo desecho, sin
ganas…
Fui infiel, infiel a mí mismo.
Sus no me
olvides están vidriosas y deshojadas, y mis jamás te olvidaría están
sujetas a mis lagrimales, caen contra la mediana oscuridad.
La habitación se vestía tímidamente de negro cuando
el lápiz se negó a escribir. Su primera escena de celos. Sólo el velador
opacaba la tenue oscuridad, y la Aurora. Intentaba dejarlo ser ante la hoja, no
quería, algo lo limitaba. La hoja tampoco colaboraba en ello, su color cambió,
al igual que su textura. Estaba verde, llena de moho, y arrugada. Lo único que
era capaz de escribir era Aurora. Aurora.
Aurora. Aurora. Aurora. En ambos lados de la hoja.
Miraba para todos lados, vagabundo, buscando despejar el pensamiento
monotemático. Pero a donde quiera que mirase estaba ahí, Aurora. Mis ojos perdieron la capacidad de mirar,
ya no eran ojos, eran proyectores de la misma película. Mi mente perdió el juicio, y yo perdí la
esencia con la cual yo nací.
“¿Qué esperas?” ¿Esperar? ¿A qué?
“La Aurora se
muestra en la mañana, y luego se va…” No sé a dónde querés llegar.
“¿A quién queres engañar? Este no sos vos” Lo soy, y más completo si la tengo
cerca.
“Si sos vos como decís, mostrame lo que estás escribiendo”…
“Lo sabía, nada” ¿Quién carajo sos?
“Soy tu parte perdida, la que nace de la soledad, la parte creadora. Vos el
infiel” ¿Qué? ¿Cómo te atreves a decirme eso? ¡Yo soy yo, mierda!
“Claro que sos vos, pero te dejaste ser frente a la hermosura de un momento
fugaz que ahora se te está tornando eterno… Estás ciego por ello, no podes
abrirte a mirar, a dejarte ser, a escribir…”
No…
“Sí, es así. Soy tu parte que está en las Tinieblas… No te arriesgues a
perderme del todo” ¿Qué pasaría?
“Tus ojos estarían a la merced de la Aurora boreal. Un
observador que pierde sus ojos… que útil”
¿Qué sugerís que haga?
“Desásete de
ella” ¡Pero la amo! ¿Por qué debería dejar ir a lo único que me hizo tan feliz
en mi vida?
“El arte no nace del amor, nace del sufrir… Vos decidís”
Me levanté de un salto, tenía la cara totalmente distorsionada, mis
ojos se inyectaron de desesperación, mis manos aferradas al escritorio, rayo
con mis uñas la madera de cedro.
La
Aurora estaba recostada en mi colchón de heno,
girando sus pies de plumas de cisne en forma de círculos, sus largos cabellos
níveos tocaban el suelo sucio. Rompí en mil pedazos la hoja llena de “Aurora”. Tomé mi lápiz con firmeza y me
la miré intensamente. La vena de mi frente palpitaba, estaba por explotar. Me
acerqué con pasos largo hacia donde estaba. Se levantó de un salto, feliz,
sonriente. La tenía en frente mío, no dijo nada sólo sonreía. La miré por
última vez, y con todas mis fuerzas hundí mi lápiz en su vientre, hasta que se
quedara dentro de él.
- Perdóname… - dije por lo bajo.
Ella me tomó la cara con sus manos, sus no
me olvides brotaron de golpe y luego cayeron de a poco. Aún seguía de pie. Me
sonrió, como una niña pidiendo clemencia por su castigo. Me dijo, aún tomándome
la cara con sus manos de malaquita:
- No voy a irme, sabiendo que vas a estar triste…
Frenéticamente loco, invadido por el delirio y la
ternura, tomé el velador y se lo partí en la cabeza. La sangre color índigo
toco mis pies descalzos, estaba en plena oscuridad.
El velador desecho, sin luz… yo sin luz…
“No dije que la mataras” ¡Pero yo fui
infiel, me fui infiel!
“Deshacer… fuiste al otro extremo” Tinieblas. Insisto, ella me incitó. Su
belleza opacaba la vida. Mis ojos no eran capaces de ver el mundo, la lupa se
rompía todas las mañanas en donde ella hacia su aparición. Los detalles
minúsculos, y las imágenes omnipotentes del orbe se redujeron a una Aurora. A
donde quiera que mis pies pisasen, siempre estaba amaneciendo, y la vista
siempre era un soberbio punto cálido con listones violetas, celestes, añiles, y
azules escoltándolo. Su brillo en mis cataratas, su calor en mi cuerpo desecho,
sin ganas… Tu oscuridad me iluminó.
“Bueno… asunto resuelto entonces” Está muy oscuro… el
velador no funciona, voy a prender la luz.
Me acerqué al interruptor, pero no hubo respuesta. Tal vez hubo un corto
circuito al arrancar el velador. Tanteé la mesa para encontrar los cerillos,
pero no hubo caso. Entonces mi última opción era abrir las ventanas e invitar
al Astro Rey a mi morada.
“Es inútil” ¿Qué decís?
“Ya no hay luz en tu ser, todo se extinguió” ¿Qué queres decir?
“La Aurora no
está, tu luz ya no está, simple” ¿Pero por qué…?
“Estás atrapado en tu propia oscuridad” ¿Cómo…?
“Tu sufrimiento aumenta, eso es mejor… Ahora me voy, la oscuridad nos sienta
mejor” ¡Espera!
Me desplomé en el piso, llorando, buscaba enloquecido a la Aurora, no podía sentir su
sangre fría, no estaba su cuerpo, su luz ennegrecida… estoy sólo.
Toqué el velador en un intento
desesperado de encontrar a la
Aurora… sentí un calor. Deje mi mano ahí, y de repente, como
por arte de magia la luz se prendió. Y ahí estaba ella, más blanca y azul que
nunca, sangre real por doquier. Me acerqué, tomé su cabeza de muñeca de
porcelana y la dejé reposar sobre mi regazo.
Sus no me olvides están vidriosas y
deshojadas, y mis jamás te olvidaría están sujetas a mis lagrimales, caen contra
la mediana oscuridad.
Su alma está exiliada en el velador, mi única luz es
ella. Mi verdadera luz…
Un lugar, la habitación de un loco y estúpido escritor.
Un elemento fundamental, el velador.
Dos cuerpos, la Aurora
y yo.
Tres presencias, el alma de la
Aurora, mi alma destrozada, y la oscura alma de las
Tinieblas.
Un enigma, que será de nosotros.
Saqué de su vientre de cerámica mi lápiz, y arranqué
la cortina blanca que tenía próxima a mí. Te miré a los ojos, Aurora, te miré. Mí luz… Prometo
escribir toda esta cortina solamente por vos. Mí luz, Aurora.
Texto: Camille Chico