" A donde te dirijas, siempre tendrás
una parte de mí " J
Una noche más andando a la
deriva, con una mosca jodiendo. Ya hay como cuarenta huevecillos en mi cerebro.
Vaya... que desastre.
"Escuchame, Amelía..."
Aquel verbo inválido y mí nombre se desprendieron de labios anónimos y ocultos.
Ambas palabras volaron hacia mis oídos.
"¿A dónde vas, Amelía?"
Ni yo lo sabía, pero mientras más lejos mejor.
"Eso no tiene
sentido..." Ya nada tiene sentido.
"Escuchame..." Me
reuso, tampoco tiene sentido.
"Por favor, volvé a
casa" No jodas. Voy a empezar mi narración. Adiós.
El camaleón engañoso cambió mis
colores repentinamente, su piel negra lo cubrió todo, extinguiendo así mi
arcoiris interno. Pero en realidad, yo nunca consideré al negro como un color;
entonces digamos que simplemente el camaleón amarreta apagó la luz. Sus ojos.
"Tu poesía siempre fue
patética" ¿Quién te preguntó? Encima se ríe de una manera tan cálida.
Cambio mi pregunta, mejor dicho ¿quién se cree ese?
Como lo dije antes, todo está
oscuro, más que el pelaje de un gorila macho. No sólo mi vida, si no este
lugar, al cual me transporté inconscientemente. Y también sus ojos que se
consumieron, hasta volverse dos pedazos de chapa oxidada. Odio mi vida, odio
este lugar, amaba esos ojos.
"Que mujer tan
optimista" No interrumpas.
Debo admitirlo, es insoportable.
Pero tiene una hermosa voz.
La noche está calmada, sólo que
cada tanto hay ráfagas de viento, breves e intensas. Algunas hablaban, hablaban
de una manera rara e incomprensible. Creo que quieren que me aparte de este
sitio.
Se ve que un loco disparó balas
de plata al cielo de luto, creyéndolo un licántropo tamaño Godzilla. Hasta el
más demente puede ser un artista, para dejar magnífico cielo estrellado. No
sólo un Vang Gogh, también puede un loco.
"¿Y cuál es la diferencia
entre un loco y Vang Gogh?" Buen punto.
Sigo... Doy gracias a las estrellas, a este piloto
empolvado, a las ráfagas misteriosas, a mí insoportable aliento a ginebra, y a
mí propia melancolía por acompañarme en la melancolía de esta noche ¡Salud!
"No te olvides de mí. Ah, y
del camaleón amarreta" ¡Ja! Salud por ustedes.
"Ay, Amelía..."
Los sapos croan, como si se
hubieran tragado órganos de iglesia y los grillos rechinan sus patitas unas con
las otras. Siempre creí los grillos no tenían patas. Pensaba que en lugar de
patas de un lado estaba el arco, y del otro el violín.
Que hermosa música hacen juntos
para acompañar el cuadro de un loco y la melancolía de una loca. Pero que
ironía que tan bello complemento sea destruido por la codicia de la iglesia,
digo de los sapos. Se adentran los violines a más no poder, y queda esa fama.
"¿Indirecta directa?"
No sé de que hablas.
De todas maneras, que placer
sería acompañar esta melodía.
"Podes hacerlo, Amelía"
¿Con qué podría? Mi voz es estiércol de vaca, si hablamos como la gentuza fina.
Además, mi garganta está reseca de tanto alcohol que me bajé.
"En el bolsillo del
piloto"
Debo estar más que loca si oigo
una voz que proviene de mis delirantes sesos y además le hago caso.
Meto la mano en el bolsillo
derecho del piloto, y siento algo frío. No sé que es, hasta que lo veo. Una
Hohner... Y no una Hohner cualquiera, la Hohner de él. No entiendo el cómo y el
porqué, como paró ahí su armónica, su querida armónica.
Combina con las balas de aquel
loco, brilla tanto, es tan hermoso ese pedazo de chapa.
Me animo a depositar mis labios
en las frías celdas. Soplo, aspiro y sale un blues. Los grillos me aplauden y
los sapos hacen la ola. El loco dispara una ametralladora, mientras el camaleón
se sirve el té.
No puedo evitar llorar, pero
tampoco puedo evitar sentirme como una mujer que está en plena menopausia.
Tengo calor, estoy confundida, tengo tantas preguntas, estoy deprimida, quiero
llorar y lloro, aunque ya estuviese llorando.
Una ráfaga pasó a velocidad
relámpago y de una manera tan violenta, como si fuera un leopardo sediento de
sangre, que casi me devora un brazo, y no el brazo inservible, sino con el que
mi mano sostiene su armónica.
"Sabía que te iba a
gustar" ¿Quién eres? ¿Cómo es
que...?
"No llores más, Amelía"
Contestame...
"Jacobo..."
Jacobo... Mi Jacobo.. No puede
ser... ¡Es su voz, su melodiosa y cálida voz! ¿Cómo no me di cuenta antes? ¡Es Jacobo!
"Amelía..."
¡Jacobo! ¿Cómo es posible? ¿¡Dónde
estas!?
"En el otro
bolsillo..."
~ "A donde te dirijas, siempre
tendrás una parte de mí" J
Presiono ese trozo de papel
contra mi pecho, junto con su armónica. Corro hasta que mis piernas se fugan de
mi cuerpo.
¡Jacobo! ¡Volvé conmigo! ¡No quiero una parte
de tu ser! ¡Quiero tu ser íntegro! ¡Por favor! ¡Jacobo!
Las ráfagas intentan esquivarme
para no hacerme daño, pero ya nada me importa. Ni el golpe del viento, que un
camaleón tiña mis rizos rojizos de un negro azabache, que un loco me dispare
una bala de plata pensando que soy una mujer lobo, o que un sapo me arranque la
cabeza, ya nada me importa. Como dije antes, ya nada tiene sentido.
"¡Amelía, cuidado!"
Las ráfagas pasan por al lado mío
¿Y qué? ¿Cuidado con qué? Yo quiero que tus ojos me vuelvan a mirar. Jacobo...
"¡Cuidado!"
Un par de luces salen de
imprevisto en medio de todo ese pelaje opaco. Mis sentidos se suavizan hasta
hacerse mermelada de ciruela cuando su mirada se soltó sobre la mía.
Detectaba ese mirar paralizado en
mí figura a una legua de distancia. Sus impecables ojos eran luces de neón, así
lo fueron durante toda su vida. Los recuerdo, amarillos e incandescentes, como
si sus mismas pupilas juguetonas se hubieran desayunado media docena de luciérnagas
centelleantes. Esas dos canicas llamadas ojos de tigre, se venían en ruedo
sobre mí, y yo las espero con los brazos abiertos.
Con una mano tengo tu Hohner y en
la otra tengo el fragmento que me hiciste.
"¡Amelia, correte!"
Su piel de nácar brillaba más por
el resplandor de sus ojos. Era como un ángel.
A ese camaleón se le ablandó el
corazón, y cambió el tono oscuro de su piel a un claro. Al amarrete se le
endulzó la piel con azúcar blanca, pero ojo, no lo discrimino por su
pigmentación. Pero igual, tampoco considero al blanco como un color. Sólo
digamos que el camaleón acaramelado encendió la luz, tus ojos, y esa luz era
tan fuerte que también desvaneció mi arcoiris interno.
Pero que más da, él estaba tan cerca mío...
más cerca... a centímetros...
"¡Amelía! ¡No!"
En ese instante que faltaba para
que nuestros cuerpos choquen arduamente, me sentí extraña, como si todo mi ser
se hubiera desvanecido. Todo parecía transcurrir lentamente mientras mi cuerpo
levitaba en los aires.
La luz no se extinguía, se hacía
más intensa. Sólo podía ver el cielo en la posición que estaba. Las balas de
plata cayeron sobre mí y la sangre goteaba por los agujeros. No sabía si mi
fuerza se iba o se concentraba en mis manos, aún sostenía el pedazo de chapa y
el pedazo de papel.
"¿Qué hiciste, Amelía?"
Calla, ahora estaremos juntos.
"¿Cómo pudiste
confundirme?" Tal vez quería que
pase.
"Amelía..." Jacobo...
Al fin mi cabeza se estrelló
contra el pavimento y en tierra podía oír con claridad las bocinas de los
autos.
Seguí presionando hasta el último
suspiro el trozo de papel. Pero la armónica no corrió la misma suerte... Creo
que le fue mejor.
La solté sin darme cuenta cuando un proyectil
plateado se adentró en mi corazón. Se alzó por
el aire majestuosamente hasta traspasar la estratosfera.
Ese glorioso pedazo de chapa, es
nuestra estrella más hermosa, Jacobo. Una parte de vos que quiero compartir con
estos simples mortales que de arte no entienden nada.
Somos dos locos que crearon un
cielo estrellado con una sola estrella. Una sola ¡Un pedazo de chapa! Y no hay
creación más perfecta que esta.
"Amelía... estarás
bien..." Las luces se me apagan, querido Jacobo. Pero no te preocupes, muy
pronto el camaleón las volverá a prender. Y cuando encienda tus ojos estaremos
juntos.
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